lunes, 11 de enero de 2016

A modo de apéndice a los Fundamentos de la vida contemplativa secular, ofrecemos aquí un pequeño vademécum, que resume lo fundamental que ha de tener en cuenta quien pretenda llegar a ser verdadero contemplativo en medio del mundo. Las citas bíblicas que acompañan a los diferentes puntos pueden servir para ayudar a la oración sobre ellos
Regla para la Hermandad contemplativa en el mundo:
1. Si buscas la perfecta unión con Dios que hace de tu vida un eficaz instrumento de salvación, sigue los presentes consejos. Deja que el Espíritu Santo ilumine, a través de ellos, el camino que te lleva a identificarte plenamente con Cristo crucificado para gloria del Padre y salvación del mundo[1].
2. Para saber si tu vocación es verdadera examina si tienes un deseo absoluto de Dios y lo buscas de verdad y con todas tus fuerzas[2].
3. Si Dios te llama a su intimidad y quiere que tú le poseas totalmente, no desaproveches la oportunidad. No le des vueltas ni dilates la respuesta: dile «sí», no de palabra, sino con la entrega fiel de tu vida. Ponte en camino, sin buscar excusas ni complicar las cosas. Seguir al Señor es sencillo y fácil si te apoyas en su gracia. No te dejes engañar por un mundo perecedero[3].
4. Si experimentas el fuego de Dios, no permitas que se apague; deja que te consuma y orienta tu vida según el soplo del Espíritu en tu alma[4].
5. Consagra toda tu vida a buscar a Dios con pasión[5].
6. No te conformes con menos que la santidad, pues has sido creado para ser santo[6].
7. Si Dios vive en ti y tú en él serás capaz de alcanzar imposibles[7].
8. Pide a Dios humildemente la gracia de mantenerte siempre y en todo unido a él[8].
9. Trata de vivir, conscientemente y en todo momento, en la presencia de Dios. Que ella sea tu alimento y tu gozo[9].
10. En lo más profundo de tu alma, donde habita Dios, construye una celda interior que sea tu morada permanente[10].
11. Aprende de María a abrirte al Espíritu Santo, a acoger al Verbo y a cumplir en todo la voluntad del Padre[11].
12. Pide la gracia de la contemplación y pon todo tu empeño en ser fiel a tu vocación[12].
13. Tu vocación no es un añadido en tu vida sino tu identidad. Siéntete consagrado por Dios para realizar la misión que te encomienda[13].
14. Vive en todo momento consciente de la inhabitación trinitaria y rechaza todo lo que te pueda distraer del fundamento de tu vida[14].
15. Procura olvidarte de ti mismo para que Jesucristo sea tu Señor indiscutible y el centro de toda tu existencia. Renuncia a cualquier ídolo que amenace con hacer sombra a Dios[15].
16. Busca la identificación más plena con Cristo, sobre todo en su encarnación, su agonía, su pasión y su muerte[16].
17. Dirígete al «lugar» de tu interior en el que habita Dios. No tienes otra tarea en la vida que realizar este camino en silencio, con perseverancia y sin prisas[17].
18. Mantén siempre el silencio interior, que consiste en escuchar siempre y en todo a Dios[18].
19. Sea Nazaret tu escuela de oración y tu hogar de contemplativo en medio del mundo[19].
20. Aprende, por medio del silencio, a discernir la voz de Dios de entre todas las voces y sonidos que te llegan[20].
21. Acepta que Dios te transforme, aunque eso te lleve a desentonar en el mundo. No te compares con los demás sino con la voluntad de Dios sobre ti[21].
22. Defiende el silencio interior acallando todo lo que hay de bullicio y ruido en tu vida[22].
23. Descubre el desierto en tu corazón y en todo lo que te rodea y aprende a vivir en él para encontrarte contigo mismo y con Dios[23].
24. Busca en todo la paz. Acompasa tu respiración, tus pasos y el latido de tu corazón a la presencia viva del Señor en tu vida[24].
25. Vive la vida en profundidad, no en extensión; porque sólo Dios, que habita en el centro de tu alma, puede descubrirte toda la riqueza de tu vida[25].
26. No vayas por libre. Perteneces a la Iglesia y sólo en ella encuentras a Cristo[26].
27. No pierdas nunca la conciencia de que eres un «peregrino en tierra extraña». Considera en todo momento que estás de paso en este mundo, pero no dejes de gozarte en el hecho de que el cielo, que es tu patria verdadera, ya está presente en tu alma[27].
28. Vive el momento presente, como si toda tu vida se concentrase en cada instante, porque cada instante ya es parte de la eternidad[28].
29. No pretendas vivir de las rentas. El contemplativo tiene que empezar cada día la escalada de la unión con Dios[29].
30. Comienza el día con un acto de presencia de Dios y de adoración a él. Declárale tu amor y ofrécele de todo corazón todo lo que eres y tienes como expresión humilde de tu amor[30].
31. Detente con frecuencia, aunque sea un instante, antes de cualquier actividad o en medio de ella, para tomar conciencia de la presencia del Señor y adorarle en cada momento[31].
32. Haz de la misa el centro de tu jornada. Prepárala y concentra en ella lo mejor de ti mismo[32].
33. Después de la comunión y de la misa cuida especialmente el recogimiento para que la gracia que has recibido dé todo su fruto[33].
34. Aprovecha el silencio de la noche para gozar de una especial intimidad con el Señor. Sé el vigía que vela en la gozosa esperanza del amanecer definitivo y eterno de Cristo[34].
35. Nunca pierdas la paz. No te inquietes ni te apresures por nada. Pon orden en tu vida y haz todo con serenidad, hasta los gestos más sencillos y ordinarios. Sólo así se abrirá en tu interior la fuente del silencio[35].
36. No te acuestes sin hacer un acto de adoración y poner en las manos de Dios la jornada que termina. Disponte al descanso de tal manera que no se rompa el clima de oración, según las palabras del Cantar: «Yo duermo, pero mi corazón vela»[36].
37. Lee y medita la Palabra de Dios. Sea ella el alimento de tu vida interior y la luz que guíe tu caminar por la vida[37].
38. Únete a la oración de la Iglesia siempre que puedas. Por la liturgia de las Horas prestas tu voz al Hijo para que alabe y glorifique al Padre[38].
39. Alimenta tu espíritu con la lectio divina y la lectura espiritual[39].
40. Evita las prisas y la ansiedad. No lograrás más por correr y perderás la paz. Debes ocuparte de tus tareas pero sin preocuparte de nada que no sea Dios. Haz lo que debas hacer pero con paz, en presencia de Dios y sin perder el tiempo. No olvides que el Señor no quiere ni tu trabajo, ni tus éxitos, ni tus cosas; te quiere a ti[40].
41. Procura tener siempre tiempo para Dios y no tengas prisa por marcharte de la oración[41].
42. Evita el desorden y la dispersión, pero no te impongas un orden tan rígido que sea incompatible con la vida secular y te ahogue[42].
43. No pretendas tanto ampliar tus conocimientos, ni siquiera los más santos, sino profundizar en la experiencia de la comunión de amor con Dios[43].
44. No te pierdas en añoranzas del pasado o en inquietudes por el futuro; en el aquí y ahora tienes que vivir ya la eternidad, que no es otra cosas que unirte a Dios por el amor. Y eso está ya a tu alcance[44].
45. Sé sencillo y trata de simplificar todo, desentendido de todo lo que no sea de tu incumbencia. Tu tarea fundamental es la obra de Dios[45].
46. Sólo olvidándote de ti mismo podrás descubrir la luminosa mirada de Dios sobre ti[46].
47. Trata de ver en todo lo que sucede la mano providente de Dios, que «interviene en todas las cosas para bien de los que le aman»[47].
48. Vives en medio de un mundo agitado y caótico. Considera cuánto hay en él de vano y efímero y no dejes que te atrape en sus redes. No salgas de tu celda interior ni arriesgues la paz[48].
49. Confía siempre y en todo en Dios. Abandónate en él y deja en sus manos todas tus inquietudes y preocupaciones[49].
50. Olvídate de ti mismo hasta que no te importen las limitaciones del mundo y del prójimo[50].
51. No te compadezcas nunca de ti mismo y alégrate cuando puedas participar de la cruz redentora de Cristo[51].
52. Disponte generosamente al trabajo y al sufrimiento que supone seguir al Señor y ser su testigo en el mundo. Confía en que no te faltará la gracia y convierte la cruz en ofrenda de amor a Dios[52].
53. No huyas de la cruz, abrázala hasta poder decir: «Estoy crucificado con Cristo; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí»[53].
54. No te asustes por las dificultades. Alégrate de saber que las cimas más altas exigen una dura escalada. Mira a Cristo en su pasión y descubrirás que su humillación es grandeza y su entrega, gloria. Anímate a seguir sus pasos y pídele la gracia de no ceder ante las tentaciones de aflojar la marcha[54].
55. Acepta los obstáculos y los imprevistos del camino. No dejes que el Enemigo se sirva de ellos para robarte la paz. Haz del silencio interior un castillo inexpugnable y mantente siempre en paz[55].
56. Ofrece a Dios todas las dificultades y conviértelas en un acto de amor[56].
57. Toma conciencia de que te esperan multitud de tentaciones del Enemigo, que vendrán envueltas en dispersión, prisas o tareas urgentes o necesarias. Tu defensa será el recogimiento y tu triunfo la paz[57].
58. Mantén a toda costa la fidelidad a la voluntad de Dios cuando llegue el momento de la oscuridad o te ataquen las tentaciones. Ten confianza y espabila la llama de la fe. Aprovecha la cruz que te ofrece el Señor para demostrarle el verdadero amor, que no consiste en gozar de sentimientos elevados sino en participar del despojo del Crucificado al que amas[58].
59. No abandones el combate, que es tu camino de purificación, el medio para fortalecerte y la ocasión para ser verdaderamente fiel[59].
60. Ama siempre, pero sin perder nunca la libertad. Que ningún amor te ate y te aparte del camino de Dios[60].
61. No te apegues a nada, porque eres un peregrino de paso por este mundo[61].
62. No sueñes con otro lugar u otras circunstancias para santificarte. No huyas de la cruz. La providencia te coloca siempre en el lugar idóneo para que seas santo; y sólo en ese lugar tienes garantizada la gracia que necesitas[62].
63. Acepta el martirio. No puedes ser testigo de Dios en un mundo materialista sin dar la vida. La oposición del mundo y de tu entorno te permitirá confesar a Cristo con la fuerza incontestable de tu vida y será cimiento sólido para la construcción del reino de Dios[63].
64. Ninguna vocación o misión en la Iglesia puede ir en contra de tu vida contemplativa. En ella debes integrar todo lo que eres y haces[64].
65. Actúa siempre como portador de Dios que eres. En multitud de ocasiones él sólo te tendrá a ti para hacerse presente en el lugar en el que te encuentres[65].
66. Que tu satisfacción no sea hablar de Dios sino buscarlo con todo el corazón[66].
67. El fruto de tu vida no depende de que hagas más, sino de que estés unido a Cristo como el sarmiento a la vid y que, como él, vivas la fecundidad del grano que cae en tierra y muere para dar fruto[67].
68. Sólo si amas y te dejas amar podrás ser totalmente transparente para ser «luz». Pero, más que iluminar, trata de vivir en la iluminación interior[68].
69. Sé persona de pocas palabras y así defenderás el silencio interior y el recogimiento. El que está siempre a la escucha de Dios está más atento a lo interior que a lo exterior[69].
70. Defiende con humildad y verdad tu vocación, tu misión, tu fe o tus criterios; pero escuchando a los demás y sin imponerles nada[70].
71. No entregues palabras. Ya que eres portador de Dios, dáselo a los demás[71].
72. Si puedes elegir, elige discretamente lo más pobre y humilde. Ni siquiera el fin más santo justifica que te apoyes en medios importantes[72].
73. No te hagas propaganda. Cumple tu deber sencilla y humildemente, sin buscar la gratitud o el reconocimiento de los demás[73].
74. Procura ser siempre positivo, bondadoso y acogedor, así serás testigo de la bondad de Dios[74].
75. Acepta ser y parecer pobre y vulnerable. No busques la fuerza si no es en Cristo crucificado[75].
76. Ten presente que, pase lo que pase, siempre es posible amar, sufrir, ofrecer a Dios y sonreír. Así harás de este mundo tu cielo, y del cielo tu patria[76].

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