miércoles, 20 de enero de 2016

El aumento descontrolado de la desigualdad ha creado un mundo en el que tan sólo 62 personas poseen tanta riqueza como 3.600 millones de personas, la mitad de la población mundial, según advierte Oxfam (Oxfam Intermón en España) en su informe Una economía al servicio del 1%, publicado hoy a nivel internacional. Según Oxfam, hace cinco años esta cifra ascendía a 388 personas.
A dos días de la reunión anual de líderes políticos y económicos en Davos (Suiza), el informe pone de manifiesto que, desde 2010, los ingresos de la mitad de la población se han reducido en un billón de dólares, lo que supone una caída del 41%. Mientras, la riqueza de las 62 personas más ricas del planeta ha aumentado en más de 500.000 millones de dólares.
La predicción que Oxfam realizó antes de la reunión de Davos del año pasado, de que en poco tiempo el 1% poseería más riqueza que el resto de la población mundial, se ha cumplido en 2015, un año antes de lo esperado.
“Se ha hablado mucho de desigualdad, pero se ha hecho muy poco todavía. No podemos seguir permitiendo que cientos de millones de personas padezcan hambre cada día mientras que las élites económicas absorben los recursos que deberían ayudar a estas personas a tener una vida segura y digna”, explica José María Vera, director general de Oxfam Intermón.
Oxfam hace un llamamiento para que se tomen medidas urgentes contra la crisis de la desigualdad extrema, que pone en peligro todo el progreso realizado a lo largo de los últimos 25 años en la lucha contra la pobreza.
El informe también muestra cómo la desigualdad afecta de manera desproporcionada a las mujeres; de las 62 personas más ricas del mundo, 53 son hombres y tan solo 9 son mujeres. La mayor desigualdad de ingresos condiciona el acceso de las mujeres a servicios sanitarios, educación, participación en el mercado laboral y representación en las instituciones. También se ha demostrado que la brecha salarial entre hombres y mujeres es mayor en sociedades más desiguales, y que la mayoría de los trabajadores peor remunerados del mundo son mujeres, desempeñando los empleos más precarios.
La fuga hacia los paraísos fiscales, en alza
La fuga de recursos hacia paraísos fiscales juega un papel clave en el crecimiento de la desigualdad. Se estima que, en todo el mundo, la riqueza individual oculta en paraísos fiscales alcanza los 7,6 billones de dólares, lo que supone una pérdida de 190.000 millones de dólares más cada año en ingresos fiscales para los Gobiernos que destinar  a la educación y salud de los más pobres.
Por otra parte, la inversión empresarial en paraísos fiscales se ha multiplicado casi por cuatro entre 2000 y 2014, y supone unas pérdidas de al menos 100.000 millones de dólares al año para los países en desarrollo. La utilización de los paraísos fiscales por parte de grandes empresas para reducir su contribución fiscal se ha convertido en un problema sistémico. No son sólo unas pocas “manzanas podridas” sino una práctica generalizada en diferentes sectores económicos –extractivas, sector textil, financiero, tecnológico. Nueve de cada diez de las empresas más grandes del mundo, entre ellas las que apoyan esta edición del Foro Económico Mundial, están presentes en al menos un paraíso fiscal.
“Las empresas multinacionales y las élites económicas juegan con unas normas distintas al resto,aprovechando todos los resquicios posibles para evitar pagar lo que es justo. El hecho de que 188 de las 201 mayores empresas estén presentes en al menos un paraíso fiscal es un indicador claro de que es hora de actuar. Es una responsabilidad de los Gobiernos evitar esta elusión fiscal masiva, y es responsabilidad de las empresas no utilizar los resquicios legales para aumentar sus beneficios sin pagar impuestos", continúa Vera.
De hecho, el 30% del patrimonio financiero de África se encuentra en paraísos fiscales, lo que hace perder al continente al menos 14.000 millones de dólares al año en impuestos no recaudados. Esta cantidad sería suficiente para garantizar la atención sanitaria a madres y niños, lo cual podría salvar la vida de cuatro millones de niños al año, y permitiría contratar a profesores suficientes para escolarizar a todos los niños y niñas africanos.
En Latinoamérica, la región más desigual del mundo, la evasión y elusión fiscal es también una de las causas que favorecen la extrema concentración de riqueza. Se ha estimado que solo en el 2014, la evasión en el impuesto sobre la renta y los beneficios empresariales costó a Latinoamérica el equivalnte al 4% del PIB bruto de toda la región, más de 175 mil millones de euros.
Por eso Oxfam hace un nuevo llamamiento para acabar con la era de los paraísos fiscales como un paso fundamental para abordar la reducción de la desigualdad. Las medidas que se han tomado hasta ahora han sido insuficientes, es hora de poner en marcha un gran compromiso entre todos los Gobiernos  Recuperar estos recursos que se escapan a través del abuso de los paraísos fiscales es vital para poder invertir en la atención sanitaria, educación y otros servicios públicos esenciales que determinan la suerte de las personas más pobres del mundo.
La brecha entre ricos y pobres continúa aumentando en España
En España, el 1%  de la población concentra más riqueza que el 80% más pobre. En 2015, mientras el patrimonio de las 20 personas más ricas del país se incrementó un 15%, la riqueza del 99% restante de la población cayó un 15%. Los presidentes de las empresas del IBEX35 cobran ya 158 veces más que el salario de un trabajador medio. El incremento de la desigualdad en nuestro país se debe principalmente a la combinación de una enorme brecha salarial con una un sistema fiscal regresivo que grava poco a los que más tienen.  Los presidentes de las empresas del IBEX35 cobran 158 veces más que un trabajador medio.
La fuga de recursos hacia paraísos fiscales no ha cesado en los peores momentos de la crisis. La inversión desde España hacia paraísos fiscales creció un 2000% el 2014. Oxfam denuncia que con lo que se pierde con esta fuga se podrían financiar políticas públicas como garantizar la atención a más personas en situación de dependencia, teniendo en cuenta que 400.000 están en lista de espera.
La desigualdad no es inevitable, pero quienes tienen la capacidad de cambiar las cosas deben marcarse objetivos claros. El futuro Gobierno y el nuevo Congreso tienen la oportunidad de hacer historia, priorizando la lucha contra la desigualdad y la pobreza. Oxfam Intermón hace un llamamiento para en los primeros cien días de gobierno se ponga en marcha una Ley contra la Evasión Fiscal que contribuya también a nivel global a que esta era de los paraísos fiscales llegue a su fin.

jueves, 14 de enero de 2016


Capture

Un adolescente estaba grabando a su hermana patinando en una pista pública hasta que la vio y captó las imágenes, que se han vuelto virales

monja patinadora
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David Fico, estudiante de informática, se hallaba patinando con su hermana de 7 años el 2 de enero en Bratislava (Eslovaquia) cuando más de diez religiosas entraron en la pista a hacer lo mismo. A priori, nada reseñable. Sin embargo, el joven Dave extrajo una lección de la escena y la compartió en su blog.


El blog de Dave, testigo de uno de esos momentos que nos reconcilian con la vida.

He aquí lo que contó Dave.

Cómo disfrutar de la vida
Hay muchos aparatos para que vivas tu vida plenamente, pero ¿qué estás haciendo mal, que no eres feliz con tu vida?

No te voy a convencer de lo que realmente hace feliz tu vida, porque lo cierto es que es una cuestión irrelevante, pero estaba pensando sobre ello mientras patinaba sobre hielo con mi hermana pequeña.

Fue el segundo día del nuevo año 2016 y finalmente comenzaba a nevar en Bratislava. ¡Qué forma tan agradable de empezar el nuevo año! Era dos días antes de mi examen final de programación de software, así que ¿qué otra cosa podía hacer?  Decidí ir a patinar con mi hermana de 7 años. Y entonces sucedió algo extraordinario... al menos para mí. Era como una escena de la película Sister Act.

Más de diez monjas aparecieron sobre la pista y empezaron a patinar sobre el hielo. Era divertido y extraño al mismo tiempo. Me sentí... no sé cómo describir ese sentimiento. ¿Y qué fue realmente lo que me impactó más? Que todas eran felices. Pude sentir la felicidad que emanaba de ellas. ¡Disfrutaban el momento, patinando sobre hielo, unas con otras... y todas eran realmente guapas! 

Una de las religiosas empezó a hacer patinaje artístico. Era muy bonito y mi hermanita le pidió que le enseñase a hacer ella alguna figura. Todo el mundo las miraba... Pero ¿por qué? Porque no se esperaban ver monjas sonriendo y riendo y siendo felices con sus vidas. Y esto es realmente lo que me impactó. Ese sentimiento depura felicidad que brillaba en ellas.

lunes, 11 de enero de 2016

Fundamentos para la vida contemplativa en el mundo

2. Discernimiento vocacional (1)


Silueta de hombre mirando a la luz de lo alto

1. Claves para el discernimiento

Antes de estudiar con detalle lo que constituye la vida contemplativa secular es conveniente analizar algunos elementos de la misma que nos permitan entrar en un conocimiento inicial de esta vocación y, a la vez, nos ayuden a realizar un posible discernimiento de ella.
Por este motivo, el presente capítulo tiene una especial importancia para quienes experimentan con fuerza el llamamiento a la vida interior y necesitan hacer un discernimiento sobre el sentido de dicho llamamiento, para ver si se trata de la gracia-vocación que abre paso a la vida contemplativa en el mundo. Va dirigido especialmente a aquellas personas que reconocen en su interior una fuerte inclinación a la oración y a una especial entrega de amor a Dios y, sin embargo, no se reconocen claramente llamados a una vocación monástica; aunque también puede resultar de utilidad a aquellos que se reconocen llamados a dar a su fe la máxima profundidad para que su vida cristiana resulte lo más plena y auténtica posible, aunque no experimenten una gracia especialmente sensible que les atraiga a la vida interior.
Comenzaremos analizando los elementos fundamentales que identifican la llamada de Dios a la vida contemplativa secular, con el fin de aportar datos objetivos que sirvan para conocerla mejor y realizar un adecuado discernimiento de dicha vocación.


1) Anhelo y búsqueda de Dios

El que ha sido llamado por Dios a la vida contemplativa experimenta un incurable anhelo de Dios que le hace sentir una insatisfacción general ante todo lo que no sea Dios; viviendo apasionadamente lo que expresaba san Agustín: «Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti»[1]. Se trata de la consecuencia natural de aquello que nos dice el Señor: «No sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo» (Jn 15,19). Esto, que es común a todo cristiano, se hace dramático en el contemplativo.

silueta de hombre mirando al cielo cubierto

Podríamos definir este anhelo como una polarización permanente e invencible hacia Dios; que puede vivirse tanto de forma «positiva», como experiencia de un fuerte deseo de Dios; o de forma «negativa», como sentimiento doloroso de su ausencia, que genera un gran deseo y mueve con fuerza a buscarlo.
Según se avanza en la vida interior, este anhelo permanece y va creciendo, aunque se hace más sereno porque va perdiendo la inquietud inicial por encontrar el sentido que tienen las nuevas y desconcertantes gracias recibidas. En este punto hay que dejar sentado que para que permanezca y crezca este deseo interior que pone en marcha la vocación contemplativa es necesario ir respondiendo a la llamada de Dios; de lo contrario el alma puede llegar a un estado de insensibilización que le impida ser consciente de dicha llamada.
Como elemento de discernimiento hemos de subrayar que el ansia de Dios, como algo específico de la vida contemplativa, es una gracia que tiende a permanecer siempre en el alma, incluso en medio del pecado y de la infidelidad temporal; y, si desaparece, es signo claro de la infidelidad radical o permanente de quien ha tomado un camino equivocado.
Hay que prestar especial atención a un cierto anhelo o añoranza que surge cuando desaparecen las primeras gracias sensibles, y que no es tanto la añoranza de Dios como la nostalgia de dichas gracias; lo cual puede hacernos pensar equivocadamente que Dios se ha alejado de nosotros por el mero hecho de que hayamos perdido aquel sentimiento de su cercanía que tuvimos en otro momento, constituyendo así un elemento de distorsión que puede impedir la respuesta generosa a la acción de Dios. Esto nos permite realizar un importante discernimiento que consiste en comprobar si realmente buscamos de verdad a Dios, y no solamente los afectos sensibles o el impulso apostólico. Es necesario que la búsqueda de Dios, solo y por encima de todo, sea el deseo exclusivo que fundamenta la vida; un deseo activo que exige responder con todo el corazón a una llamada en la que Dios ha puesto todo el corazón.

2) Santa indiferencia

Este anhelo produce una sorprendente lejanía y distancia respecto de las preocupaciones y de los valores por los que la mayoría de la gente se afana. Es un ansia de Dios que hace que uno se sienta extraño a los hombres, como expresaba gráficamente Moisés en el desierto: «Soy peregrino en tierra extraña» (Ex 2,22).

Reciebiendo la luz en un campo de espigas

No se trata de un distanciamiento deliberado y egoísta del mundo y del prójimo, sino la consecuencia natural de la irrupción de Dios en nuestra vida, que hace que todo lo que no es él quede relativizado. Es una gracia por la que Dios nos  impulsa con fuerza a la entrega de amor al prójimo, pero sin ninguna necesidad egocéntrica de compensación. Esto se experimenta como una gozosa libertad frente a todo lo humano, aunque, a la vez, se vive con el paradójico dolor que supone la permanente tensión creada por la necesidad de entregarse a los demás y la constatación de que ni esa entrega ni nada, fuera de Dios, podrá llenar el alma plenamente.
Esta experiencia es reflejo de la luz interior que transforma el alma y realiza un cambio interior de mirada y de actitudes, llevándonos a la verdadera libertad  la del amor divino  que nos hace amar a todo y a todos sin estar apegados a nada ni a nadie. Se trata de un cambio que se produce sin ningún esfuerzo por nuestra parte y que nos llena de admiración, alegría y paz, signos claros de la autenticidad de la transformación realizada por Dios; aunque el asombro inicial irá desapareciendo a medida que se acepte el proceso espiritual y se avance en él.
Esta transformación resulta sorprendente cuando se descubre en la juventud o más adelante; sin embargo puede darse en la infancia, y entonces el encuentro con Dios, la conciencia de su presencia y la efusión de su amor llegan a ser algo tan natural que el niño no tiene ninguna impresión de extrañeza, porque carece de elementos para comparar y valorar su experiencia a la que está tan acostumbrado que le parece absolutamente normal.
A partir de la toma de conciencia de la transformación que Dios ha operado en el alma, se descubre un desconcertante sentimiento de lejanía y libertad ante todo lo que no es Dios; porque, aunque la gracia recibida se da en un clima de gracia y de gozosa libertad, sin embargo se siente una sorprendente distancia e insatisfacción por la mayor parte de las realidades que nos rodean. Este sentimiento, que aparentemente carece de sentido, mueve al individuo a analizar lo que sucede en su interior para comprenderlo adecuadamente. Al revisar la propia vida puede ver que las cosas quizá no van mal, que vive una vida honrada, buena, cristiana... Pero yendo al fondo, tiene que reconocer, si es sincero, que se encuentra atado por las cosas y no tiene verdadera libertad, que no es verdaderamente feliz, que le falta el amor; no un amor humano, que puede conseguir fácilmente y que no le puede llenar del todo, sino un amor mucho más grande  infinito  que es el único que le puede llenar plenamente.

3) Oración

Todo esto suscita en el que es llamado a ser contemplativo un deseo constante de soledad y de oración que le hace sentirse permanentemente insatisfecho con el tiempo dedicado a Dios, aunque su oración sea árida o dolorosa. Este deseo es uno de los frutos de la gracia que corresponde al llamamiento del Señor a «orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18,1). Se trata de un anhelo que mueve a la oración y lleva a aceptarla incondicionalmente, abrazando un modo de orar que se va haciendo cada vez más silencioso y «pasivo», pero al mismo tiempo resulta más irrenunciable, porque constituye el momento en el que uno se siente más uno mismo, más vivo y verdadero.

Rostro de joven en oración

4) Amor a Jesucristo

Con la vocación contemplativa surge desde lo más profundo del corazón un deseo intenso de amor a Jesucristo, que mueve a buscar una plena identificación con él, con su misión y con los valores que él vive. Se trata de un amor apasionado e incondicional, que va de la mano del descubrimiento de Cristo como persona, como un Tú, como alguien vivo que está dentro de uno mismo y es más real que todo lo real. Es un verdadero enamoramiento de Jesucristo, que lo coloca en el centro de la propia vida, como expresa san Pablo: «Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida a causa de Cristo. Más aún: todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo» (Flp 3,78).
Este amor apasionado a Jesucristo, que lleva a la plena identificación con él, es el fundamento y la meta de toda vida contemplativa; por lo cual nunca hemos de consentir que se convierta en un medio para ninguna otra cosa, aunque sea un fin tan santo como vivir evangélicamente o dar testimonio cristiano, puesto que es un fin en sí mismo. A Jesucristo hay que amarle en sí mismo, por lo que es; nunca como medio para algo, por bueno que sea. Es más, todo lo que se haga tiene que ser medio para crecer en la relación personal de amor con él.

Rostro luminoso de Jesús

Este amor del que estamos tratando es un amor real, que va más allá de las ideas o las meras intenciones. Por eso el amor a Jesucristo que experimenta el contemplativo conlleva un fuerte deseo de manifestarlo de manera concreta y real, en particular trabajando y sufriendo por él  por amor a él . Esto significa que la autenticidad de este amor no se demuestra sólo con obras piadosas y buenas, como el hecho de aumentar el tiempo de oración, o de ofrecer pequeñas renuncias o realizar determinados sacrificios. Hay que aceptar un amor crucificado; es decir, reconocer la cruz como invitación y como don, y abrazarla con amor.
Del mismo modo que el Padre invita al Hijo a redimir el mundo por medio del amor absoluto, resuena en nuestra alma la invitación de Dios a participar de la cruz de su Hijo; invitación que, lejos de sentirse como exigencia o carga, se descubre como don, porque es el signo de que Dios me configura con Cristo y me capacita para amar y sufrir como él. Parafraseando a san Pablo (cf. Gal 2,20), descubro que es Cristo quien vive, ora, ama, sufre y se entrega en mí. Esto es el resultado de la transformación realizada por Dios, que produce una identificación real con los sentimientos de Cristo, tal como manifiesta Flp 2,5-8, que nos propone el ejemplo de Jesucristo como estímulo para abrazar una respuesta de amor que se manifiesta en vaciamiento, abajamiento y muerte en cruz. Por eso no podemos hablar del amor a Jesucristo sin referirnos a la cruz; teniendo en cuenta que por cruz no entendemos el sufrimiento en general o cualquier forma de sufrimiento. La cruz es el sufrimiento máximo, el que más desconcierta, el que rompe el alma y parece imposible de superar; pero, a la vez, es el sufrimiento que permite expresar el máximo amor y convertirlo, por ese amor, en instrumento de redención. Esto es algo tan grande que resulta misterioso para quien no lo ha vivido; pero después del encuentro con el amor de Cristo crucificado se tiene una idea muy clara de lo que es la cruz, y se comprende que la respuesta de amor al Crucificado tiene que realizarse precisamente en ella.
Estamos ante el amor más grande que existe; un amor que no surge de nosotros y no lo podemos crear o dominar a voluntad, porque es fruto de una invitación y de un don de Dios. Pero para que pueda desarrollarse en nosotros ese amor es imprescindible que queramos ser invitados. Y una vez experimentemos esta invitación a la cruz, es necesario aceptarla y quererla, para ser capaces de pedirla y abrazarla. Aquí, desde que comenzamos a vislumbrar el valor de la cruz hasta que somos capaces de abrazarla, es necesario un proceso de crecimiento en el amor crucificado.
Nos encontramos ante un descubrimiento luminoso y apasionado de Jesucristo que hace que nos sintamos muy pequeños e inmerecedores; pero, a la vez, desbordados y privilegiados por ser objeto del amor infinito y redentor de Dios.

5) Sentido de Iglesia

El que es objeto de la acción de Dios que le impulsa a la contemplación se siente «raro», y probablemente lo parece a los ojos de los demás; sin embargo no se siente «aislado», sino todo lo contrario: experimenta un profundo sentimiento de pertenencia a la Iglesia. Un sentimiento que se manifiesta de dos maneras: Por una parte, por medio de un amor profundo a la Iglesia, vivida como la Esposa de Cristo, convertida en nuestro hogar, en el que vivimos la fe y recibimos la gracia de Dios, y por la que merece la pena entregar la vida. Y en segundo lugar, por medio de un sentimiento intenso de responsabilidad, que descubre las limitaciones humanas de la Iglesia y de cuantos la componen y mueve a trabajar con todas las energías y todo el ser para que la Iglesia sea verdaderamente santa, tal como el Señor la proyectó.

Plaza de san Pedro llena de fieles

Esta experiencia se vive como una realidad dolorosa que expresa y ahonda la misma vivencia de la cruz. La transformación por la que Dios nos identifica con Cristo hace que veamos con más claridad y dolor las deficiencias de la Iglesia, que las asumamos como propias y que nos sintamos urgidos a dar una respuesta similar a la del Señor, que dio la vida por los suyos, a pesar del abandono y las traiciones de éstos.

6) Amor a los hermanos

Como fruto del amor a Jesucristo se experimenta una sintonía profunda con él como Salvador, se participa de su ansia de salvación y se desea compartir y consolar los sufrimientos que le causan el pecado y el mal que existe en el mundo.

Manos que se entrelazan

Inseparablemente unido a esto, se descubre una peculiar sintonía con la humanidad en general, y en especial con quienes padecen mayores sufrimientos o pobreza. Es la experiencia de sentirse hermano de todos y cada uno de los hombres y responsable de ellos ante Dios; llamado a consolar eficazmente los dolores de todos los hombres y a llevarles a la salvación.

7) Amor eficaz


El fuego consume la leña

El amor a los hermanos forma parte de la doblesolidaridad esencial que vincula al contemplativo con Dios y con los hombres, y que le lleva a entregarse a fondo en el servicio del prójimo. Una entrega que no se orienta hacia cualquier modo de actividad o de ayuda. Aun reconociendo la importancia y el valor de la mayor parte de las acciones que se realizan en favor del prójimo, se perciben sus limitaciones para responder eficazmente a las necesidades más profundas del ser humano y surge la necesidad de encontrar un modo de entrega nuevo y más profundamente eficaz, que lleve a acciones concretas sustentadas en la donación silenciosa y total de la propia vida.
En este sentido, se experimenta una peculiar sintonía con Jesucristo en su vida oculta, descubriendo la luminosidad y grandeza de los valores que él abrazó en esta larga etapa de su historia que se desarrolló en medio del anonimato, la humildad y el silencio, y que hicieron de su vida y su trabajo escondidos un eficaz instrumento para la salvación de la humanidad. Esto suscita una fuerte necesidad de humildad, anonadamiento y deseo de pasar inadvertido a los ojos del mundo.
Este amor peculiar y eficaz, cuya necesidad se experimenta de forma apremiante, se intuye relacionado esencialmente con la cruz y su poder salvador, y lleva a una disposición a padecer con Cristo y con el hermano que sufre, como fundamento de la eficacia de la palabra o la acción.

8) Vocación al amor

El fuerte impulso a amar a Jesucristo y a los demás surge del hecho de que la vocación contemplativa es esencialmente una vocación al amor. Pero en este punto hemos de tener en cuenta lo limitada e imperfecta que es nuestra comprensión humana del amor. Aunque tengamos muchas y hermosas ideas teóricas sobre el amor, la verdad de nuestro amor, que se manifiesta en nuestros actos concretos de amor, es que no sabemos o no queremos amar de verdad. Así, por ejemplo, puede aparecer el deseo de un amor exclusivo: «me amas de verdad sólo si amas menos a los demás»; un amor posesivo: «si me amas, tienes que estar pendiente de mí»; un amor manipulador: «si me amas, harás tal cosa por mí». De cualquiera de estas formas erróneas de amor se desprenden sentimientos y actitudes destructivos que llevan a la tristeza, a los celos, a la ira e incluso a la violencia. Y frente a esto, hay que afirmar que «el amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal» (1Co 13,4-5).
Es necesario aprender esta forma de amar; que no es otra cosa que la respuesta a la invitación que nos hace Dios: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,5; cf. Mt 22,37-38). Éste es precisamente el mayor y el primero de los mandamientos. Y el contemplativo tiene que vivir la vida de tal forma que sea signo explícito de la importancia que tiene cumplir el primer mandamiento como la única manera de poder llegar a cumplir el segundo mandamiento, que «es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,39). Porque sólo un amor a Dios total e incondicional puede hacer posible un amor al prójimo que sea solícito, atento y detallista, y cuando el amor a Dios es realmente el primer interés, se convierte en el motor del amor verdadero por el prójimo. Y, por el contrario, sin esta base sobrenatural, lo que muchas veces llamamos «amor al prójimo» no es sino un mero sentimiento pasajero de filantropía.

9) Una nueva identidad

Hemos visto que lo que sustenta la vocación contemplativa es el amor, no entendido superficialmente sino como una relación de comunión profunda con Dios y con el prójimo, que es fruto de la nueva vida que resulta de la transformación que Dios ha operado en el alma. También aquí aparece el desconcertante sentimiento, al que hemos aludido antes, de ser un extraño en el mundo, consecuencia lógica de ser transformado sustancialmente por la gracia.
Para entender mejor cómo se reconoce esta nueva identidad tendríamos que recordar la expresión clásica «perderse en Dios», que expresa el fruto del cambio que opera el amor de Dios en el alma, algo similar a lo que le sucede a una gota de agua en un barril de vino. Sin embargo, algunos místicos hablan en el sentido de que el verdadero amor a Dios lleva no a   perderse sino a «encontrarse en Dios», porque no sólo lo encontramos y lo amamos a él, sino que, en él, nos encontramos con nuestra más profunda realidad y alcanzamos el más elevado amor a nosotros mismos. Nos descubrimos en una identidad nueva y luminosa, porque nos descubrimos mirados con la mirada, eternamente nueva, de Dios.
Y, además, en Dios no sólo nos descubrimos a nosotros mismos, sino también descubrimos al prójimo, al que vemos como manifestación de la misma gloria de un Dios, que muestra su belleza y su amor a través de la extraordinaria variedad de formas que constituyen los diferentes seres humanos, únicos e irrepetibles. Porque lo que confiere infinito valor a cada persona y la hace única y totalmente diferente no es su idiosincrasia particular, sino la proyección de Dios sobre ella, que la convierte en reflejo vivo del amor de Dios y la une a toda la humanidad, para convertir a ésta en una comunidad viva de amor divino. Y éste es, precisamente, el fundamento de la fraternidad universal de todos los hombres.

10) La respuesta

Aquí es necesario hacer una observación muy importante: Quien descubre la vocación contemplativa tiene que dar necesariamente una respuesta auténtica, real y proporcionada. Una gracia de Dios como la que sustenta este llamamiento divino exige, por su propia naturaleza, una disposición a vivir en serio y con toda radicalidad la vocación descubierta, cueste lo que cueste. Sólo una respuesta plena y generosa está proporcionada a la gracia recibida; lo cual exige evitar todo tipo de cálculos y recortes que fácilmente se pueden introducir en nuestra respuesta, recortando significativamente la capacidad para vivir a fondo la vida a la que Dios llama.
Un signo claro de vocación contemplativa es la perseverancia en el deseo de consumirse en la pasión por Dios que él ha depositado en el fondo del alma; lo cual exige una disposición eficaz a mantenerse en una permanente tensión espiritual. Por el contrario, la necesidad de «descansar» de esa pasión o el deseo de controlarla para evitar que nos consuma es lo que hace imposible que la gracia de la unión con Dios pueda arraigar en el alma.



[1] San Agustín, Confesiones, I,1,1-2,2.


A modo de apéndice a los Fundamentos de la vida contemplativa secular, ofrecemos aquí un pequeño vademécum, que resume lo fundamental que ha de tener en cuenta quien pretenda llegar a ser verdadero contemplativo en medio del mundo. Las citas bíblicas que acompañan a los diferentes puntos pueden servir para ayudar a la oración sobre ellos
Regla para la Hermandad contemplativa en el mundo:
1. Si buscas la perfecta unión con Dios que hace de tu vida un eficaz instrumento de salvación, sigue los presentes consejos. Deja que el Espíritu Santo ilumine, a través de ellos, el camino que te lleva a identificarte plenamente con Cristo crucificado para gloria del Padre y salvación del mundo[1].
2. Para saber si tu vocación es verdadera examina si tienes un deseo absoluto de Dios y lo buscas de verdad y con todas tus fuerzas[2].
3. Si Dios te llama a su intimidad y quiere que tú le poseas totalmente, no desaproveches la oportunidad. No le des vueltas ni dilates la respuesta: dile «sí», no de palabra, sino con la entrega fiel de tu vida. Ponte en camino, sin buscar excusas ni complicar las cosas. Seguir al Señor es sencillo y fácil si te apoyas en su gracia. No te dejes engañar por un mundo perecedero[3].
4. Si experimentas el fuego de Dios, no permitas que se apague; deja que te consuma y orienta tu vida según el soplo del Espíritu en tu alma[4].
5. Consagra toda tu vida a buscar a Dios con pasión[5].
6. No te conformes con menos que la santidad, pues has sido creado para ser santo[6].
7. Si Dios vive en ti y tú en él serás capaz de alcanzar imposibles[7].
8. Pide a Dios humildemente la gracia de mantenerte siempre y en todo unido a él[8].
9. Trata de vivir, conscientemente y en todo momento, en la presencia de Dios. Que ella sea tu alimento y tu gozo[9].
10. En lo más profundo de tu alma, donde habita Dios, construye una celda interior que sea tu morada permanente[10].
11. Aprende de María a abrirte al Espíritu Santo, a acoger al Verbo y a cumplir en todo la voluntad del Padre[11].
12. Pide la gracia de la contemplación y pon todo tu empeño en ser fiel a tu vocación[12].
13. Tu vocación no es un añadido en tu vida sino tu identidad. Siéntete consagrado por Dios para realizar la misión que te encomienda[13].
14. Vive en todo momento consciente de la inhabitación trinitaria y rechaza todo lo que te pueda distraer del fundamento de tu vida[14].
15. Procura olvidarte de ti mismo para que Jesucristo sea tu Señor indiscutible y el centro de toda tu existencia. Renuncia a cualquier ídolo que amenace con hacer sombra a Dios[15].
16. Busca la identificación más plena con Cristo, sobre todo en su encarnación, su agonía, su pasión y su muerte[16].
17. Dirígete al «lugar» de tu interior en el que habita Dios. No tienes otra tarea en la vida que realizar este camino en silencio, con perseverancia y sin prisas[17].
18. Mantén siempre el silencio interior, que consiste en escuchar siempre y en todo a Dios[18].
19. Sea Nazaret tu escuela de oración y tu hogar de contemplativo en medio del mundo[19].
20. Aprende, por medio del silencio, a discernir la voz de Dios de entre todas las voces y sonidos que te llegan[20].
21. Acepta que Dios te transforme, aunque eso te lleve a desentonar en el mundo. No te compares con los demás sino con la voluntad de Dios sobre ti[21].
22. Defiende el silencio interior acallando todo lo que hay de bullicio y ruido en tu vida[22].
23. Descubre el desierto en tu corazón y en todo lo que te rodea y aprende a vivir en él para encontrarte contigo mismo y con Dios[23].
24. Busca en todo la paz. Acompasa tu respiración, tus pasos y el latido de tu corazón a la presencia viva del Señor en tu vida[24].
25. Vive la vida en profundidad, no en extensión; porque sólo Dios, que habita en el centro de tu alma, puede descubrirte toda la riqueza de tu vida[25].
26. No vayas por libre. Perteneces a la Iglesia y sólo en ella encuentras a Cristo[26].
27. No pierdas nunca la conciencia de que eres un «peregrino en tierra extraña». Considera en todo momento que estás de paso en este mundo, pero no dejes de gozarte en el hecho de que el cielo, que es tu patria verdadera, ya está presente en tu alma[27].
28. Vive el momento presente, como si toda tu vida se concentrase en cada instante, porque cada instante ya es parte de la eternidad[28].
29. No pretendas vivir de las rentas. El contemplativo tiene que empezar cada día la escalada de la unión con Dios[29].
30. Comienza el día con un acto de presencia de Dios y de adoración a él. Declárale tu amor y ofrécele de todo corazón todo lo que eres y tienes como expresión humilde de tu amor[30].
31. Detente con frecuencia, aunque sea un instante, antes de cualquier actividad o en medio de ella, para tomar conciencia de la presencia del Señor y adorarle en cada momento[31].
32. Haz de la misa el centro de tu jornada. Prepárala y concentra en ella lo mejor de ti mismo[32].
33. Después de la comunión y de la misa cuida especialmente el recogimiento para que la gracia que has recibido dé todo su fruto[33].
34. Aprovecha el silencio de la noche para gozar de una especial intimidad con el Señor. Sé el vigía que vela en la gozosa esperanza del amanecer definitivo y eterno de Cristo[34].
35. Nunca pierdas la paz. No te inquietes ni te apresures por nada. Pon orden en tu vida y haz todo con serenidad, hasta los gestos más sencillos y ordinarios. Sólo así se abrirá en tu interior la fuente del silencio[35].
36. No te acuestes sin hacer un acto de adoración y poner en las manos de Dios la jornada que termina. Disponte al descanso de tal manera que no se rompa el clima de oración, según las palabras del Cantar: «Yo duermo, pero mi corazón vela»[36].
37. Lee y medita la Palabra de Dios. Sea ella el alimento de tu vida interior y la luz que guíe tu caminar por la vida[37].
38. Únete a la oración de la Iglesia siempre que puedas. Por la liturgia de las Horas prestas tu voz al Hijo para que alabe y glorifique al Padre[38].
39. Alimenta tu espíritu con la lectio divina y la lectura espiritual[39].
40. Evita las prisas y la ansiedad. No lograrás más por correr y perderás la paz. Debes ocuparte de tus tareas pero sin preocuparte de nada que no sea Dios. Haz lo que debas hacer pero con paz, en presencia de Dios y sin perder el tiempo. No olvides que el Señor no quiere ni tu trabajo, ni tus éxitos, ni tus cosas; te quiere a ti[40].
41. Procura tener siempre tiempo para Dios y no tengas prisa por marcharte de la oración[41].
42. Evita el desorden y la dispersión, pero no te impongas un orden tan rígido que sea incompatible con la vida secular y te ahogue[42].
43. No pretendas tanto ampliar tus conocimientos, ni siquiera los más santos, sino profundizar en la experiencia de la comunión de amor con Dios[43].
44. No te pierdas en añoranzas del pasado o en inquietudes por el futuro; en el aquí y ahora tienes que vivir ya la eternidad, que no es otra cosas que unirte a Dios por el amor. Y eso está ya a tu alcance[44].
45. Sé sencillo y trata de simplificar todo, desentendido de todo lo que no sea de tu incumbencia. Tu tarea fundamental es la obra de Dios[45].
46. Sólo olvidándote de ti mismo podrás descubrir la luminosa mirada de Dios sobre ti[46].
47. Trata de ver en todo lo que sucede la mano providente de Dios, que «interviene en todas las cosas para bien de los que le aman»[47].
48. Vives en medio de un mundo agitado y caótico. Considera cuánto hay en él de vano y efímero y no dejes que te atrape en sus redes. No salgas de tu celda interior ni arriesgues la paz[48].
49. Confía siempre y en todo en Dios. Abandónate en él y deja en sus manos todas tus inquietudes y preocupaciones[49].
50. Olvídate de ti mismo hasta que no te importen las limitaciones del mundo y del prójimo[50].
51. No te compadezcas nunca de ti mismo y alégrate cuando puedas participar de la cruz redentora de Cristo[51].
52. Disponte generosamente al trabajo y al sufrimiento que supone seguir al Señor y ser su testigo en el mundo. Confía en que no te faltará la gracia y convierte la cruz en ofrenda de amor a Dios[52].
53. No huyas de la cruz, abrázala hasta poder decir: «Estoy crucificado con Cristo; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí»[53].
54. No te asustes por las dificultades. Alégrate de saber que las cimas más altas exigen una dura escalada. Mira a Cristo en su pasión y descubrirás que su humillación es grandeza y su entrega, gloria. Anímate a seguir sus pasos y pídele la gracia de no ceder ante las tentaciones de aflojar la marcha[54].
55. Acepta los obstáculos y los imprevistos del camino. No dejes que el Enemigo se sirva de ellos para robarte la paz. Haz del silencio interior un castillo inexpugnable y mantente siempre en paz[55].
56. Ofrece a Dios todas las dificultades y conviértelas en un acto de amor[56].
57. Toma conciencia de que te esperan multitud de tentaciones del Enemigo, que vendrán envueltas en dispersión, prisas o tareas urgentes o necesarias. Tu defensa será el recogimiento y tu triunfo la paz[57].
58. Mantén a toda costa la fidelidad a la voluntad de Dios cuando llegue el momento de la oscuridad o te ataquen las tentaciones. Ten confianza y espabila la llama de la fe. Aprovecha la cruz que te ofrece el Señor para demostrarle el verdadero amor, que no consiste en gozar de sentimientos elevados sino en participar del despojo del Crucificado al que amas[58].
59. No abandones el combate, que es tu camino de purificación, el medio para fortalecerte y la ocasión para ser verdaderamente fiel[59].
60. Ama siempre, pero sin perder nunca la libertad. Que ningún amor te ate y te aparte del camino de Dios[60].
61. No te apegues a nada, porque eres un peregrino de paso por este mundo[61].
62. No sueñes con otro lugar u otras circunstancias para santificarte. No huyas de la cruz. La providencia te coloca siempre en el lugar idóneo para que seas santo; y sólo en ese lugar tienes garantizada la gracia que necesitas[62].
63. Acepta el martirio. No puedes ser testigo de Dios en un mundo materialista sin dar la vida. La oposición del mundo y de tu entorno te permitirá confesar a Cristo con la fuerza incontestable de tu vida y será cimiento sólido para la construcción del reino de Dios[63].
64. Ninguna vocación o misión en la Iglesia puede ir en contra de tu vida contemplativa. En ella debes integrar todo lo que eres y haces[64].
65. Actúa siempre como portador de Dios que eres. En multitud de ocasiones él sólo te tendrá a ti para hacerse presente en el lugar en el que te encuentres[65].
66. Que tu satisfacción no sea hablar de Dios sino buscarlo con todo el corazón[66].
67. El fruto de tu vida no depende de que hagas más, sino de que estés unido a Cristo como el sarmiento a la vid y que, como él, vivas la fecundidad del grano que cae en tierra y muere para dar fruto[67].
68. Sólo si amas y te dejas amar podrás ser totalmente transparente para ser «luz». Pero, más que iluminar, trata de vivir en la iluminación interior[68].
69. Sé persona de pocas palabras y así defenderás el silencio interior y el recogimiento. El que está siempre a la escucha de Dios está más atento a lo interior que a lo exterior[69].
70. Defiende con humildad y verdad tu vocación, tu misión, tu fe o tus criterios; pero escuchando a los demás y sin imponerles nada[70].
71. No entregues palabras. Ya que eres portador de Dios, dáselo a los demás[71].
72. Si puedes elegir, elige discretamente lo más pobre y humilde. Ni siquiera el fin más santo justifica que te apoyes en medios importantes[72].
73. No te hagas propaganda. Cumple tu deber sencilla y humildemente, sin buscar la gratitud o el reconocimiento de los demás[73].
74. Procura ser siempre positivo, bondadoso y acogedor, así serás testigo de la bondad de Dios[74].
75. Acepta ser y parecer pobre y vulnerable. No busques la fuerza si no es en Cristo crucificado[75].
76. Ten presente que, pase lo que pase, siempre es posible amar, sufrir, ofrecer a Dios y sonreír. Así harás de este mundo tu cielo, y del cielo tu patria[76].